Las dimensiones del paisaje urbano
• 2190 Views • No hay comentarios en Las dimensiones del paisaje urbanoPor último, una perspectiva puede acoger tamices (arbolados tenues, verjas, etc.), líneas definitorias (pretiles, arcos…) o detalles urbanos de todo tipo (esculturas, relojes, grandes marquesinas…).
Los entornos en una ciudad pueden sugerir ambientes de muy diverso tipo: entornos íntimos, geometrizantes, ruralizantes, o entornos llenos de simbolismo, paradójicos, o incluso surrealistas. También, desde un punto de vista de los impactos, los entornos también pueden ser claustrofóbicos o agorafóbicos, ruiniformes, enmarañados, abigarrados o apelmazados. Aquí entraría también un concepto crucial: el paisaje humano. Efectivamente, tal como sugiere autores como Kevin Lynch (recogido por Alexandra Sgroi), los elementos móviles de una ciudad, y en especial las personas y sus actividades, son tan importantes como las partes fijas. No somos tan solo observadores de este espectáculo, sino que también somos parte de él, y compartimos el escenario con los demás participantes.
El observador se mueve por la ciudad creando itinerarios, generando diversos tipos de percepciones. El avance hacia el horizonte es el más básico. Consta de dos elementos: un entorno inmediato y otro lejano que puede ser un punto focal, el cual se irá viendo más cercano y reconocible en detalles según se realiza el avance. Este, sin embargo, no tiene por qué ser sobre una superficie aplanada; aunque el medio urbano siempre tiende a eliminar irregularidades, estas son en no pocas ocasiones inevitables, apareciendo largas laderas o contrastes como el de vaguadas-altozanos tan típicos de ciudades como San Francisco.
Las pantallas paisajísticas son cierres de escena que a veces pueden dejar pequeños huecos o señales de fondo o laterales. Al realizar el avance, estos huecos o singularidades, existan o no estas pantallas, pueden convertirse en paisajes en expectativa, es decir, detalles que incitan al observador a descubrir un lugar diferente, a la vez que atrayente, dentro de la ciudad. Un buen ejemplo sería una torre lejana que se eleve por encima del caserío. Una serie continuada de expectativas más o menos ocultas, que actúa generalmente como pantallas, producen visiones seriales dentro de un itinerario, un concepto acuñado ya por Gordon Cullen a finales de los años 60.
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Los lugares, dentro de estos itinerarios, no son solo expectantes, también pueden surgir inesperadamente como singularidades (los escenarios inesperados de Roma sería uno de los mejores ejemplos), o ser tan previsibles, a la vez que armónicos, como los alineamientos del urbanismo barroco o, por el contrario, trazar sinuosidades que vertebran los recorridos urbanos de forma más recogida (caso de Londres y otras ciudades inglesas).
Ampliando el campo hacia las panorámicas surgen dos nuevos casos: los corredores panorámicos, a lo largo de balcones-corredor donde las vistas van experimentando continuas variaciones horizontales, y los escalones panorámicos, donde la vista gana o pierde amplitud según el avance del observador.
El paisaje bidimensional (dimensión topológica 2) nos remite, en cuanto a lo observado, al mapa a las fotografías aéreas o a las orto-imágenes espaciales, posiciones cenitales donde la visión del observador no se sitúa sobre el terreno, sino ante una representación de éste.
Tal y como afirma Martínez de Pisón, el paisaje no es solo percepción visual, sino que también se concibe como una configuración del territorio, como formas de los espacios terrestres con estructuras dinámicas. En cuanto al mapa, dice el profesor que “requiere y contiene, primero, una visión aérea, la mirada desde la cumbre imaginaria, una idea audaz antes de que el hombre volase; en segundo lugar, la ciencia y la maestría de la disposición de los lugares con exactitud, de las tres dimensiones a dos”. En este caso, la posición del observador es irrelevante, salvo que el plano o la imagen sea de grandes proporciones.
Lo importante en este nivel bidimensional es, por lo tanto, constatar cómo la percepción (y la subjetividad) pueden dejan paso al análisis; a valorar los paisajes con criterios geográficos, introduciendo conceptos como las unidades de paisaje (válidos tanto para el medio natural como para el medio urbano) o usos del suelo.
En el medio urbano, serán las tramas urbanas las que tendrán que interpretarse según su estructura, su textura, y el lugar en que se sitúen sobre el mapa o la imagen. En Europa, por ejemplo, las tramas prerromanas y muchas de las romanas son de carácter arqueológico, pero las medievales están ya masivamente incorporadas en las tramas urbanas actuales en muchos pueblos y ciudades. También son identificables tramas renacentistas y, sobre todo, barrocas, que suelen completar lo que se denomina núcleo histórico junto con trazas de época neoclásica.
Los ensanches decimonónicos, con sus tramas ortogonales más o menos puras (o simplemente funcionales), suelen tener una presencia importantísima en muchas ciudades europeas, los cuales dan paso a extrarradios donde puede entrar la edificación abierta o tramas típicas de las ciudades-jardín y periferias en manzanas abiertas. Los límites de las ciudades, por último, suelen ser confusos en la actualidad, dando lugar a las llamadas zonas periurbanas, que en casos de grandes desarrollos enlazan ciudades; originando las así llamadas áreas metropolitanas o conurbaciones.
El nivel tridimensional, que es el propio de lo observado (salvo mapas e imágenes clásicas), podría ser aplicado también al observador, pero ¿cómo éste puede moverse en tal dimensión? Sabido es que esta capacidad ha sido posible (aunque con muchas limitaciones) gracias a aeronaves de todo tipo. Es con la llegada de las aplicaciones informáticas como Google Earth, las que nos permitirán desplazarnos (aunque virtualmente) desde una imagen satélite hasta el nivel de calle. Con ello, la revolución del observador tridimensional es ya un hecho. Más recientemente aún, incluso, el uso de los drones dota al observador de una capacidad de movimiento tridimensional prácticamente ilimitada (aunque no sea estrictamente presencial) solo restringida por algunas prohibiciones de tipo legal.
Dimensiones físicas y psicológicas
La topología contemporánea admite dimensiones de mayor numeración (4ª,5ª, etc.), pero todas ellas son teóricas, no experimentables. En física, sin embargo, se entiende por cuarta dimensión la dimensión temporal, que puede entrar en relación con el espacio. Aplicado al paisaje, esta dimensión nos definirá su dinámica, o dicho de otra manera, la evolución en el tiempo de los paisajes en un espacio concreto (algo introducido ya, en cierta manera, cuando hemos hablado de las tramas). En esta dimensión, la situación del observador no es lo relevante, sino el hecho de ir mucho más allá de lo meramente observado. Es, por lo tanto, el paisaje oculto, el palimpsesto, la estructura del paisaje o el criptopaisaje lo que nos ofrecerá, más allá de la forma, datos para su interpretación.
Tenemos, así, en primer lugar, las huellas pictóricas. Por ejemplo: cuadros paisajistas que sirven, no solo para rememorar lugares remotos en el pasado, sino para descubrir otros ya desaparecidos de gran interés patrimonial. Hay que tener en cuenta, en todo caso, que los paisajes mostrados en algunos lienzos pueden ser exagerados. Valga como ejemplo algunos frescos madrileños donde la sierra de Guadarrama aparece con perfiles montañosos mayores de lo que son en realidad, algo que no ocurre con las «huellas fotográficas o filmadas», donde la realidad pasada es fiel por necesidad. La huella construida es, finalmente, la última y experimentable percepción de la dimensión tiempo. No obstante, aunque en muchas ciudades del mundo son localizables edificios de muchos siglos atrás (muchos de ellos monumentos), no lo son tanto los paisajes de época. Solo en ciudades muy bien conservadas pueden ser experimentables paisajes medievales, renacentistas, barrocos, etc... Es decir, no basta con tener enfrente un monumento, por ejemplo gótico, para decir que estamos ante un paisaje bajomedieval; es necesario un entorno que lo acompañe. Los entornos de las ciudades normalmente son mixtos, es decir, pertenecientes a varias épocas, pudiendo ser esta mezcla concordante o discordante. Existe un interesante debate sobre este aspecto, ya que las concordancias se dan con facilidad entre estilos clásicos, a la vez que con mucha mayor dificultad entre estos estilos y los funcionales. Ciertamente, la compaginación entre lo antiguo y lo moderno puede ser posible, pero lo común es que surjan discordancias, valorables en todo caso por la subjetividad del observador.
La subjetividad es un concepto clave en la percepción del paisaje. De hecho, una última dimensión de éste lo constituye todo lo relacionado con su percepción subjetiva, ya sea individual o compartida. Esto es, la psicología aplicada al paisaje. Existen numerosos estudios al respecto, entre los cuales, nos resulta especialmente interesantes tres conceptos: topofilias, topolatrías y topofobias.
La topofilia es un concepto acuñado por Gaston Bachelard en 1957, se refiere a lugares de los que se conserva un afecto especial por ser frecuentados en la niñez o en la juventud, porque rememoran recuerdos agradables, o simplemente por poseer una calidad paisajística reseñable. Sin embargo, una topofilia no necesariamente debe asociarse a un paisaje que destaque por su belleza, sino por un recuerdo entrañable asociado a un lugar.
Las topolatrías son lugares que emocionan de modo reverencial; constituyen una exaltación de las topofilias. Por poner ejemplos madrileños, puede ser una topolatría el Museo de El Prado para un admirador de la pintura, el Cine Doré para un cinéfilo, la Puerta del Sol para los del 15M, la Puerta de Alcalá para un castizo, o el Arco de la Victoria para nostálgicos del franquismo.
En tercer lugar, se pueden desarrollar topofobias en lugares que por su dureza, congestión o sencillamente un mal recuerdo, puedan resultar desagradables al observador. La subjetividad del paisaje adquiere, en esta dimensión, un peso considerable, de forma que pueden existir percepciones topofóbicas para unos que no lo sean para otros, o incluso que sean contrariamente para estos últimos topofílicas o topolátricas. Veamos, una vez más, ejemplos cercanos. Una persona que adore la diamantina presencia de las Cuatro Torres es posible que odie el populacherismo de Lavapiés, y al contrario, un amante de Lavapiés puede odiar el significado prepotente de cuatro rascacielos que rompen la anterior escala de la ciudad. De la misma forma, puede haber madrileños cansados del tópico de la Puerta de Alcalá o personas que rechacen la presencia del Valle de los Caídos o se sientan henchidos de orgullo antes su presencia por oscuros motivos ideológicos.
En definitiva, a partir de espacios urbanos como son la calle (en sus diversas formas: pasadizos, pasajes, etc), la plaza (que puede ser considerada como una apertura más del concepto calle), los parques y jardines, los cauces y los edificios o los solares, pueden desarrollarse dimensiones urbanas que aglutinen gran parte de la casuística del paisaje urbano. Decimos gran parte porque existen también elementos urbanos que no pueden estar sujetos a una dimensión concreta. Es decir, son independientes de la posición o valoración del observador y de cualquier campo o representación visual. Estos elementos transversales serían: la luminosidad (relacionado con el clima urbano), la iluminación (válida para paisajes nocturnos y los paisajes interiores de los grandes intercambiadores subterráneos), el agua (ríos, lagos estanques, fuentes), el cromatismo (dominancias cromáticas de los conjuntos urbanos) y las texturas (relacionadas con los materiales de construcción y su manejo en las fachadas). Una terminología, sin duda abundante, pero capaz a su vez de abrazar la complejidad del paisaje de una ciudad.
Kevin Lynch. The Image of the City. Harvard MIT Joint Center 1960.
Gordon Cullen. The Concise Townscape. Arquitectural Press. 1961.
Gordon Cullen. El paisaje urbano. Editorial Blume. 1981.
Escribano Bombin, Maria del Milagro. El Paisaje. MOPU. 1987.
Eduardo Martínez de Pisón. Miradas sobre el paisaje. Biblioteca Nueva. 2009.
Moya Pellitero, Ana María. La percepción del Paisaje Urbano. Biblioteca Nueva. 2011.
Sgroi, Alejandra. Morfología urbana. Forma urbana. Paisaje urbano (art.). Univ. Nacional de La Plata. 2011.
Martinez de Pison, Eduardo. Imagen del paisaje. Fórcola. 2012.
Blázquez Jiménez, Álvaro. El Paisaje urbano de Madrid. Editorial La Librería. 2012.
Este artículo apareció previamente publicado en la revista digital La Pagina del Medio Ambiente, de la Editorial Wolters Kluwer.
Créditos de las imágenes:
Imagen 02: Ejemplos de proas urbanas en la Gran Vía y de composición en la trasera de Plaza España (fuente: Álvaro Blázquez Jimenez)
Imagen 03: Ejemplos de entorno paradójico en el Templo de Debod y de surrealimso en una parroquia de Vallecas (fuente: Álvaro Blázquez Jimenez)
Imagen 04: Ejemplo de paisaje interior en el intercambiador de Chamartín (fuente: Álvaro Blázquez Jimenez)
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